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Apóstol de Jesucristo y principal propagador del
Cristianismo, que tuvo una participación decisiva en la expansión de Los apóstoles tuvieron la
experiencia a los tres días de la crucifixión que Cristo vive, y después de conversar no una vez sino cuarenta días con el Resucitado y de contemplar su
Ascensión al Cielo: «después de su
pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles
durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios».
(Hch 1, 3). Esta misma experiencia la tuvo Pablo
después de su conversión, camino de Damasco. Como los discípulos Pablo no sólo sigue
creyendo que vive, está convencido de que permanece con él de modo misterioso
pero real. No como el maestro permanece en los discípulos, no como Platón o
Aristóteles «viven» en sus escritos y en la memoria de los estudiosos; no como
el amado muerto pervive en el amante vivo; sino de una manera singular y
absolutamente nueva, como una persona vive «en» otra persona viva. Es decir, como
sólo una persona divina puede vivir «en» una persona creada: sin dañarla,
ni alterarla sustancialmente, ni suplantarla en modo alguno, dejándola a la vez
intacta, pero enriquecida indeciblemente por un principio vital superior no
creado, sino creador; en concreto: la misma Vida originaria increada. «Yo soy Pablo
sigue el mismo camino de los discípulos. Los discípulos, a los pocos días de
morir Jesús, comienzan a vivir una vida rigurosamente nueva en el mundo y en la
historia: la vida de Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre. Son conscientes
de que Cristo vive de un modo superior al de su existencia histórica, porque su
Divinidad ha llenado su naturaleza humana, la ha resucitado y la ha
glorificado, de tal modo que en su humanidad brota una fuente inagotable de
vida divina transmisible a sus hermanos los hombres redimidos. Vida divina
capaz de vivificar a los muertos del cuerpo y a los muertos del espíritu. «De
su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia» (Jn 1, 16). Vivificados con la
vida de Cristo resucitado, los Apóstoles, sin dejar de ser ellos mismos, son
transformados, encendidos con un fuego de amor que viene del espíritu de
Cristo. Pablo de Tarso es después de su conversión, uno de los grandes testigos
de esa nueva vida que vive en todo fiel cristiano: «vivo yo, pero no yo, es
Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). No se trata de un caso extraordinario;
les dice a los fieles romanos: «así también daos cuenta de que vosotros mismos
estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6, 11).
«Cristo está en vosotros» (Rom 8, 10.11; Ef 2, 5). «Cristo es vuestra vida»
(Col 3, 4) . Los
cristianos nos encontramos así con una forma novedosa de vida: La vida de
Cristo en la persona del cristiano. ¿Cuál
es el alcance de este «en» -vosotros en
Cristo, Cristo en vosotros- que Pablo
escribe 164 veces en sus Cartas? El alcance permanece entre los velos del
misterio, porque ese estar y ser Cristo en mí y
yo en él, no es una realidad sensible, ni siquiera «natural» sino de naturaleza superior, «sobrenatural» , pero
- preciso es subrayarlo- tan real, o más si cabe, que todo lo natural, como más
realidad posee ¿Cómo llega Pablo a esta
forma de vida?. Encontramos
en una primera etapa de su vida a un Saulo, sólidamente formado en En
las sinagogas de Cilicia conoció la doctrina de la nueva fe cristiana, por la
predicación del que sería el primer mártir, Esteban, su celo e impetuosidad le llevaron a unirse a
los perseguidores de la nueva doctrina, convencido de que defendía la causa de
Dios. —nos dice él mismo— a los seguidores de esta nueva doctrina, aprisionando y
metiendo en la cárcel a hombres y mujeres». Y
cuando estalló el motín que costó la vida a Esteban, Pablo evidentemente tomó
parte activa en él, ya que los verdugos dejan las vestiduras ante sus ojos: «Y depositaron las vestiduras delante de un mancebo llamado
Saulo»,
leemos en los «Hechos de los Apóstoles». Por
aquel tiempo se había ya constituido en Damasco un grupo importante de la nueva
comunidad cristiana, del que pronto tuvo noticia Pablo, que contaba por
entonces unos veintiséis años de edad. Con su afán de exterminio pidió al
príncipe de los sacerdotes unas cartas de presentación para Damasco, a fin de
apresar a los adeptos de la nueva fe. Mas todo había de suceder de muy distinta
manera... Obtenidas las
cartas, Pablo y sus compañeros se acercaban va a Damasco, en este viaje ocurre
un episodio clave en la biografía de Pablo de Tarso, sin el cual la historia
del Cristianismo probablemente sería bien distinta, es su famosa conversión,
que él llamaba en sus epístolas "vocación". Libro de los Hechos de
los apostoles, 9,1-19). El acontecimiento de la conversión de San Pablo,supone en San Pablo
tener una Fe viva en el vivir de Cristo en él. Quedaron muy grabadas en la mente de Pablo las
palabras de Jesús, camino de Damasco: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»
(Hch 9,,4). Hay una identidad tal entre Cristo y el cristiano que todo lo que
se hace a un cristiano se hace a Cristo, porque Cristo vive realmente en él:
«En verdad os digo que cuantas veces hicisteis esto a uno de mis hermanos
menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). Tan
es así, que Pablo saca una consecuencia muy lógica: «todos vosotros sois uno en
Cristo» (Gal 3, 28). De modo que, «en Cristo», es decir, desde el punto de
vista de la nueva vida -divina- que anima al cristiano, no hay discriminació n
posible: «ya no hay diferencia entre judío y griego, ni entre esclavo y libre,
ni entre varón y mujer, ya que todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús»
(Ib.). Incluso «vuestros cuerpos son miembros de Cristo» (1 Cor 6, 15). Por eso
deben guardarse limpios, puros, santos. Siguiendo
los pasos de San Pablo, lo seguimos una vez recobrada milagrosamente la
vista, retirado en Arabia por un tiempo,
y allí, antes de volver a Damasco, permaneció entregado a la oración y en trato
íntimo con el Señor. Regresó luego a la ciudad, entrando de lleno en su función
de apóstol y en su gran labor evangelizadora. Se puede reflexionar sobre su
tarea evangelizadora en otros apartados de este sitio,-ver índice ) Pablo
trabajó con ahínco, primero como subordinado, junto a los demás propagadores.
Pronto sus grandes cualidades de organizador, su talento, su energía y férrea
voluntad; su gran capacidad, en fin, para el apostolado y su extenso
conocimiento de la Ley, junto a su cultura helenista, así como su habilidad
para comunicar a otros su pensamiento, le destacarán entre todos. A esto hay
que añadir el impulso interior que empujaba a aquel carácter ardiente a
entregarse totalmente a la conversión, no sólo de los judíos, sino de todos los
pueblos gentiles adonde pudiera llevar su palabra. Viajó
sin descanso de una parte a otra del mundo romano, solo o acompañado, sembrando
por doquier la fecunda semilla de la fe en Cristo Jesús. Concluimos nuestra reflexión, señalando que una de las
maravillas del vivir en Cristo es que cuanto mayor es la unión con Él, más
vigorosas, íntegras y distintas aparecen las personalidades de los creyentes.
En Cristo se alcanza tanto la más auténtica y real liberación como la
personalidad más plena. La incorporación a
Cristo, lejos de ser pérdida es ganancia. Al extremo de que, como dice Tomás
Aquino, «el Bautismo nos incorpora a Como
es fácil de comprender, la incorporación del cristiano a Cristo es y sólo puede
ser libre, por lo mismo que Dios jamás anula la libertad ni nos da bien alguno
que no queramos. Hay que querer creer amorosamente, para que mediante la
fe viva, Cristo viva libremente en nosotros. Se trata de un cierta fusión de libertades llamada
amor. Él, subrayando la libertad
nuestra, se diría que suplica:
«Permaneced en mí y yo en vosotros» (Jn 15, 4). Si la permanencia no fuera
libre, vano sería forzar a ello. Así,
pues, Cristo vive no sólo en En
la puerta de entrada a Todo
es posible viviendo en Cristo, también la
auténtica santidad de vida, a la que Él por
cierto a todos llama, y que nos ha dado al ser bautizados. No debiéramos olvidarlo,
puesto que Él ha depositado en nuestro espíritu su espíritu, capaz de dar vista
a los ciegos, movimiento a miembros paralíticos y resucitar muertos. Esto no
sólo hay que entenderlo en un sentido físico, las mayores curaciones milagrosas
suelen ser espirituales, milagros en la intimidad del corazón, porque del
corazón surgen todas nuestras obras. Los
teólogos precisan «por participación» , que es uno de los modos de traducir 2
Pedro 1, 4. Siendo esto así, no habríamos de dudar, como no dudaron Santiago
y Juan, cuando Jesús les preguntó si se creían capaces de recorrer la misma
senda que Él se disponía a pisar; ellos respondieron sin vacilación: ¡Podemos!
(Mt 20, 22). Y como nos recuerdan los Santos Padres porque Cristo
Jesús ha elevado nuestra naturaleza hasta una altura insospechada: «lo que es el hombre quiso ser Cristo, dice
san Cipriano (De idol. van.,
c.
II)., para que el hombre pudiera llegar a ser lo que es Cristo». San
Agustín, dice: «Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios» (Sermo
13 de temp.). La actitud confiada marca nuestro
caminar de cristianos, en nuestros multiples y diversos caminos de vida
cristiana, construyendo la “Casa de Betania”, lugar de acogida de Jesús, el
Maestro, el Señor ( la iglesia), construimos Betania con todo lo dado
gratuitamente por Jesús en Jerusalén. Nada se nos pide, que no se nos haya
dado. |